En las escuelas de arquitectura de todo el mundo se venera, en mayor o en menor medida, el método Bauhaus y son miles los alumnos que año tras año se enfrentan, generalmente en su primer año de carrera, con ejercicios parcialmente inspirados en el programa del curso preliminar obligatorio que ideó Johannes Itten, su primer director, en el verano de 1920. Por aquel entonces, todavía en la mayoría de las escuelas de arte la enseñanza seguía consistiendo en una formación profesional especializada en la que se practicaban, una tras otra, técnicas y habilidades.
El curso de Itten, un fenómeno de trascendentes consecuencias para la posterior enseñanza del arte y de la arquitectura, se basaba en fomentar, más allá de conceptos básicamente manuales o pragmáticos, una manera reflexiva y critica de pensamiento creativo. La práctica profesional vendría más tarde.
Básicamente este sistema pretendía, y por eso permanece vigente, descontaminar a los recién llegados y apartarles de las ideas preconcebidas y de los lugares comunes. En arquitectura, la mayor de las veces, los límites no los pone el autor del encargo o la normativa, sino los prejuicios del propio proyectista.
Cada clase de formación unitaria se iniciaba con ejercicios de gimnasia, destinados a apartar a los alumnos de lo cotidianamente caótico e introducirlos en un mundo sugerente, limpio y armonioso.
“Después de dar algunas vueltas, se dirige a un caballete con un tablero de dibujo y una hoja de papel para borradores. Toma un carbón, recoge todo el cuerpo, como si se cargase de energía, y de repente empieza, dos veces, una tras otra. Se ve la forma de dos líneas enérgicas, verticales y paralelas … en la hoja superior, ordena a los alumnos que le imiten” (Briefe an die Familie. Colonia, 1979, vol. 2, p. 970).
En ocasiones, Itten vinculaba este tipo de experiencias con ejercicios desconcertantemente convencionales.
“Un día les encargué una naturaleza muerta. Había dos limones en un plato blanco, junto a un libro de tapas verdes. Los alumnos se sintieron ofendidos por tener que dibujar algo tan fácil. Hicieron el esbozo enseguida, con trazos rápidos y luego me miraron desconcertados”.
Y entonces Itten, cuando todos habían terminado el ejercicio, sin argumento dialectico alguno, escenográficamente se acercó al plato, tomó ambos limones, los cortó en tantas porciones como estudiantes había aquel día en clase y les pidió a cada uno de ellos que lo mordiesen.
Pero ninguno de ellos había representado en aquel papel el sabor agridulce y conocido que su maestro les acababa de recordar.
Luis Cercós (LC-Architects)
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